viernes, 31 de octubre de 2008

Historia y Lecciones del Neoliberalismo, por Perry Anderson

HISTORIA Y LECCIONES DEL NEOLIBERALISMO
PERRY ANDERSON
UNIVERSIDAD DE CALIFORNIA, LOS ÁNGELES VERSIÓN EN ESPAÑOL, ALFREDO CAMELO BOGOTÁ

Anualmente en Davos, Suiza, se realiza un foro internacional al cual asisten importantes dirigentes de las potencias económicas y políticas del mundo capitalista. En 1999, en la misma ciudad y época, organizaciones populares de diversos países como Los Sin Tierra de Brasil, los sindicatos de Corea del Sur, la Federación Campesina de Burkina Faso, así como el Comité para la Anulación de la Deuda Externa del Tercer Mundo, CADTM, y la Asociación para la Tasación de las Transacciones Financieras Internacionales, ATTAC, realizaron una reunión alternativa para oponerse a la orientación política neoliberal sobre la economía mundial Con el título El otro Davos. Globalización de la resistenciay de las luchas, los investigadores François Hourtat y François Polet recopilaron las ponencias de esa reunión. A esta recopilación pertenece el presente artículo del historiador Perry Anderson, destacado investigador social de la Universidad de California, cuyos libros sobre la transición del feudalismo al capitalismo y sobre el surgimiento del Estado absolutista constituyen valiosa contribución a la bibliografía historiográfica internacional. En este artículo Anderson analiza los períodos de la formación histórica del pensamiento neoliberal y sus nefastos efectos en el desarrollo económico mundial. Deslinde
Primero, examinaremos los orígenes de lo que se puede definir como neoliberalismo, como corriente estrictamente diferente del liberalismo clásico del siglo XIX. Después, estableceremos el balance del neoliberalismo en el poder. Finalmente, extraeremos algunas lecciones para la izquierda.

Construcciónde una vía única
El neoliberalismo nace después de la Segunda Guerra Mundial en el oeste de Europa y en Norteamérica. Esta corriente surge como una vehemente reacción teórica y política contra el intervencionismo de Estado y contra el Estado de bienestar social. Friedrich August von Hayek publica en 1944 The Road to Serfdom (La ruta hacia la servidumbre). Esta obra constituyó, de alguna manera, la carta de fundación del neoliberalismo, y desarrolló un ataque apasionado contra toda limitación impuesta por el Estado al libre funcionamiento de los mecanismos del mercado. Las trabas del Estado son denunciadas pero, a su vez, la obra contiene una mortal amenaza contra la libertad económica y política. En esa época, el blanco principal de von Hayek es el Partido Laborista inglés. Se acercan las elecciones en Gran Bretaña y este partido las va a ganar en julio de 1945, llevando a Clemente Attlee al puesto de Primer ministro. El mensaje de von Hayek puede ser resumido así: a pesar de sus buenas intenciones, la moderada socialdemocracia inglesa conduce al mismo desastre que el nazismo germano, a la servidumbre moderna.

Compañerosde Mont-Pèlerin
Tres años más tarde, en 1947, cuando los fundamentos del Estado Social se ponen efectivamente en marcha en la Europa de postguerra, von Hayek convoca a quienes comparten su orientación ideológica y los reúne en una pequeña estación de veraneo helvética, en Mont-Pèlerin, abajo de Vevey, en el cantón de Vaud. Entre los célebres participantes de esta reunión se encuentran no sólo determinados adversarios del Estado Social en Europa sino también feroces enemigos del New Deal americano. Dentro de la selecta asistencia, reunida en abril de 1947 en el Hôtel du Parc, se destacan Maurice Allais, Milton Friedmann, Walter Lippman, Salvador de Madariaga, Ludwig von Mises, Michael Polanyi, Karl Popper, William Ranpard, Wilhelm Röpke y Lionel Robbins. Al final de este encuentro se funda la Societé du Mont-Pèlerin (Sociedad de Monte Peregrino), una especie de francmasonería neoliberal, bien organizada y consagrada a la divulgación de las tesis neoliberales, con reuniones internacionales regulares.
El objetivo de la Societé du Mont–Pèlerin es, de una parte, combatir el keynesianismo y toda medida de solidaridad social que prevalezca después de la Segunda Guerra Mundial y, de otra parte, preparar para el porvenir los fundamentos teóricos de otro tipo de capitalismo, duro y libre de toda regla.
Durante este período, las condiciones para tal empresa no eran muy favorables. En efecto, el capitalismo –que algunos años después será denominado neocapitalismo– entra entonces en una gran onda de expansión que habría de representar su edad de oro. El crecimiento es particularmente rápido y continuo a lo largo de las décadas de 1950 y 1960. Por esta razón, las advertencias de los neoliberales contra los peligros que representa cualquier control del Estado sobre los mercados aparecían poco creíbles. No obstante, la polémica más específica en torno a encontrar una regulación social tiene una gran repercusión. Entonces, von Hayek y sus amigos argumentan contra el nuevo igualitarismo –muy relativo– de ese período. Para ellos, tal igualitarismo, promovido por el Estado-Bienestar es destructor de la libertad de los ciudadanos y de la vitalidad de la competencia, dos cualidades de las que depende la prosperidad general. Los animadores de la Societé du Mont-Pèlerin defienden las ideas y teorías oficiales de la época. Pretenden que la desigualdad es un valor positivo -de hecho indispensable como tal- del que tienen necesidad las sociedades occidentales. Este mensaje permaneció en estado teórico por más de veinte años.

El giro de 1974
Todo cambió desde la eclosión de la gran crisis del modelo económico de postguerra ocurrida en 1974. Los países capitalistas desarrollados entran en una profunda recesión. Por primera vez se combinan una baja tasa de crecimiento y una elevada inflación, dando lugar a la estanflación. Favorecidas por esa situación, las ideas neoliberales comienzan a ganar terreno. Así, von Hayek y sus camaradas afirman que las raíces de la crisis se encuentran en el poder excesivo y nefasto de los sindicatos y, de manera más general, en el movimiento obrero. Según ellos, los sindicatos han minado las bases de la acumulación de la inversión privada con sus reivindicaciones salariales y sus presiones orientadas a que el Estado aumente sin cesar los gastos sociales parasitarios.
Estas presiones han recortado los márgenes de ganancia de las empresas y han desencadenado procesos inflacionarios (alza de precios), lo que no puede más que terminar en una crisis generalizada de las economías de mercado. Desde entonces, el remedio es claro: mantener un Estado fuerte, capaz de romper la fuerza de los sindicatos y de controlar estrictamente la evolución de la masa monetaria (política monetarista). Este Estado debe ser frugal en el dominio de los gastos sociales y abstenerse de intervenciones económicas. La estabilidad monetaria debe constituir el objetivo supremo de todos los gobiernos. Para este fin, es necesaria una disciplina presupuestaria, acompañada de una restricción de los gastos sociales y la restauración de una llamada tasa natural de desempleo, es decir, de la creación de un ejército de reserva de asalariados -batallones de desempleados- que permita debilitar a los sindicatos. Por otra parte, deben introducirse reformas fiscales a fin de estimular a los ´agentes económicos‘ a ahorrar e invertir. En otras palabras, esta propuesta implica –simplemente- una reducción de los impuestos sobre los ingresos elevados de las personas y sobre las ganancias de las empresas.
De esta manera, una nueva y saludable inequidad reaparecerá y dinamizará las economías de los países desarrollados enfermos de estanflación, patología resultante de la herencia combinada de las políticas inspiradas por Keynes y Beveridge, basadas en la intervención estatal anticíclica (dirigida a amortiguar las recesiones) y la redistribución social, pues el conjunto de estas medidas ha desfigurado de manera desastrosa el curso normal de la acumulación de capital y del libre funcionamiento de los mercados. Según esa "saludable inequidad", el crecimiento se logrará naturalmente cuando se alcance la estabilidad monetaria y la aplicación de las principales políticas (reforma fiscal, reducción de cargas sociales, desregulación de controles estatales, y otros).

Margaret Thatcher, Ronald Reagany los otros
La hegemonía del programa neoliberal no se impuso de un día para otro; demandó algo más de un decenio. En los primeros tiempos, la mayoría de países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) intentó aplicar remedios keynesianos a la crisis desatada por la recesión generalizada de 1974-1975. Sin embargo, desde el fin de los años 70 –más exactamente en 1979– una nueva situación política se configuró. En este año comenzó el régimen de Margaret Thatcher en Inglaterra. Este fue el primer gobierno de un país capitalista avanzado que se comprometió públicamente a poner en práctica el programa neoliberal. Un año más tarde, en 1980, Ronald Reagan fue elegido a la presidencia de Estados Unidos. En 1982, Helmut Kohl y la coalición demócrata-cristiana CDU-CSU derrotaron a la socialdemocracia de Helmut Schmidt. En 1982-1984, en Dinamarca, símbolo del modelo escandinavo del Estado providencial, una coalición claramente derechista tomó las riendas del poder. Por consiguiente, casi todos los países del norte de Europa occidental, a excepción de Suecia y Austria, dieron un giro a la derecha. La oleada derechista de esos años permitió reunir las condiciones políticas necesarias para la aplicación de las recetas neoliberales, consideradas como salida a la crisis económica.
En 1978, la ´segunda guerra fría‘ se endureció luego de la intervención soviética en Afganistán y de la decisión estadounidense de instalar una nueva generación de cohetes nucleares (misiles de crucero Pershing II) en Europa occidental. Dentro del abanico de las corrientes procapitalistas de postguerra, la escuela neoliberal siempre ha integrado como elemento central un virulento anticomunismo. El nuevo combate contra el ´imperio del mal‘ -la más completa esclavitud humana, a los ojos de von Hayek- refuerza inevitablemente el poder de atracción del neoliberalismo en tanto que corriente política. La hegemonía de una nueva derecha en Europa y en Norteamérica se consolidó. De esta manera, en el curso de los años 80 asistimos al incuestionable triunfo de la ideología neoliberal en los países capitalistas avanzados.
El neoliberalismoen el poder
En términos prácticos, ¿cuáles son las realizaciones de los gobiernos neoliberales de la época? El modelo inglés es el más puro y constituye a la vez una experiencia pionera. Los diferentes gobiernos dirigidos por la señora Thatcher refrenaron la emisión de la masa monetaria, elevaron las tasas de interés, redujeron drásticamente los impuestos sobre los ingresos más altos, abolieron los controles sobre los flujos financieros (entrada y salida de capitales), elevaron fuertemente la tasa de desempleo, aplastaron las huelgas, pusieron en vigor una legislación antisindical e impusieron recortes en los gastos sociales. Finalmente se lanzaron –con un retardo sorprendente si se consideran las prioridades en el dogma neoliberal– a un amplio programa de privatizaciones, comenzando por los alojamientos públicos y afectando después a sectores de la industria básica, tales como el acero, la electricidad, el petróleo y la distribución de agua. Este conjunto de medidas constituyó el proyecto más sistemático y ambicioso de todos los experimentos neoliberales en los países capitalistas avanzados. La variante norteamericana es diferente. En Estados Unidos, donde no existe un Estado Social similar al de Europa, el presidente Reagan y su administración dieron prioridad a la competencia militar con la Unión Soviética. Esta fue considerada como una estrategia orientada a minar la economía soviética y, por esta vía, subvertir el régimen en vigor en la URSS.
En el plano de la política interior es preciso revelar que también Reagan redujo los impuestos en favor de los ricos, elevó las tasas de interés y aplastó la única huelga importante decretada durante su mandato, la de los controladores aéreos. Sin embargo, Reagan no respetó la disciplina presupuestal; al contrario, se lanzó en una carrera armamentista sin precedentes que implicó enormes gastos militares, provocando un déficit en las finanzas públicas superior a todos los conocidos bajo los otros presidentes. Además, ello significó una subvención directa e indirecta a un vasto sector industrial. Se recurrió a una especie de keynesianismo militar y este desenfreno no fue imitado por los otros países. Sólo Estados Unidos, a causa de su peso en la economía mundial, puede pagarse el lujo de un déficit masivo de la balanza de pagos inducido por tal política.
En el continente europeo, los gobiernos de derecha de esa época –frecuentemente de origen demócrata-cristiano- pusieron en marcha el programa neoliberal con un poco más de moderación. Insistieron más en priorizar la disciplina monetaria y las reformas fiscales y menos en los recortes drásticos de los gasto sociales. No buscaron deliberadamente el enfrentamiento con los sindicatos. No obstante, la distancia entre esas políticas y aquellas dirigidas por la socialdemocracia en el curso de los períodos anteriores es grande.
En tanto que la mayor parte de países del norte de Europa eligieron gobiernos de derecha que aplicaban diversas versiones del programa neoliberal, al sur del continente –es decir, en los países donde reinaba Franco, Salazar, De Gaulle y los coroneles griegos– llegaron por vez primera al poder gobiernos de izquierda. Se habló entonces de eurosocialismo. Esta fue la época de François Mitterrand en Francia, Felipe González en España, Mario Soares en Portugal, Bettino Craxi en Italia y Andreas Papandreus en Grecia. Todos se presentaron como una alternativa progresista, frecuentemente apoyados por el movimiento obrero y popular, y en oposición a las orientaciones reaccionarias de los gobiernos de Reagan, Thatcher, Kohl y otros del norte de Europa. En efecto, en un primer período, por lo menos François Mitterrand y Andreas Papandreus se esforzaron en realizar una política de redistribución, de ´pleno empleo‘ y de protección social. Esta tentativa se inscribía en la perspectiva de crear en el sur de Europa un modelo análogo al establecido en la postguerra por la socialdemocracia del norte de Europa.
No obstante, el proyecto del gobierno socialista francés se desvaneció desde finales de 1982 y fue abiertamente suspendido a partir de marzo de 1983. Esta administración, bajo la ´presión de los mercados financieros internacionales‘, cambió radicalmente de curso económico. Se empeñó en una orientación muy próxima a la ortodoxia neoliberal, con prioridades tales como la estabilidad monetaria, el control del déficit de las finanzas públicas y las concesiones fiscales a los detentadores de capitales. El objetivo del ´pleno empleo‘ fue abandonado. A finales de los 80, el nivel de desempleo en Francia era más elevado que en la Inglaterra conservadora, lo que la señora Thatcher se complacía en subrayar.
En España, el gobierno de Felipe González jamás buscó realizar una política keynesiana o redistributiva. Por el contrario, desde el comienzo del régimen del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), el monetarismo estuvo en el puesto de comando. Muy ligado al capital financiero, favorable a la política de privatizaciones, el gobierno del PSOE manifestó asimismo una cierta pasividad frente al desempleo que, rápidamente, llegó al 20% de la población activa, un récord en Europa.
Del otro lado del mundo, en Australia y en Nueva Zelanda, el mismo esquema neoliberal fue aplicado con una fuerza brutal. Los diversos gobiernos laboralistas superaron a las fuerzas conservadoras de derecha en la aplicación de programas neoliberales radicales. Nueva Zelanda representa ciertamente el caso más extremo. Allí el Estado Social fue desarticulado de manera más completa y feroz que en la Gran Bretaña de la señora Thatcher.

Alcances y límitesdel programa neoliberal
Estas experiencias demuestran la hegemonía del neoliberalismo como ideología. Al comienzo, sólo los gobiernos de derecha se arriesgaron a poner en práctica las orientaciones neoliberales. Después, diversos tipos de gobiernos, incluidos los que se autoproclamaban de izquierda, rivalizaron con los primeros en fervor neoliberal.
El neoliberalismo había comenzado por declarar a la socialdemocracia como su principal enemigo en los países capitalistas avanzados, lo cual provocó una reacción de hostilidad por parte de las fuerzas socialdemócratas. Por consiguiente, los gobiernos que se reclamaban socialdemocratas eran los más resueltos en aplicar las políticas neoliberales. Hay algunas excepciones. Al final de los años 80, en Austria y en Suecia, se manifiesta una cierta resistencia frente a la marejada neoliberal en Europa.
No obstante, en lo esencial de los países de la OCDE, las ideas de la Societé du Mont-Pèlerin habían triunfado plenamente. Desde entonces, convendría formular una pregunta: ¿Cómo se concretó efectivamente la hegemonía neoliberal en los países industrializados en el curso de los años 80? ¿Ha mantenido el neoliberalismo sus promesas? Para responderla, tracemos un panorama de conjunto. La prioridad más inmediata del neoliberalismo se dirigía a contener la inflación de los años 70. En este campo tuvo éxito. La tasa de inflación pasó en los países de la OCDE de 8.8% en los años 70 a 5.2% en los años 80. Esta tendencia a disminuir se confirmó en el curso de los años 90. La baja inflación, a su turno, debía crear las condiciones para recuperar las ganancias. En este aspecto, el neoliberalismo también consiguió logros reales. La tasa de ganancia industrial de los países de la OCDE, que durante los años 70 fue de 4.2%, aumentó a 4.7% en los 80. Tal elevación de la tasa de ganancia fue más impresionante si la comparamos a la Europa occidental como un todo, que disminuyó de 5.4% a 5.3%.
La razón principal de esto residió, sin duda, en la derrota del movimiento sindical, que se tradujo en el dramático retroceso del número de huelgas y en la congelación o reducción de los salarios. Esta nueva situación del movimiento sindical -en la que la moderación es cada vez más manifiesta- fue resultado, en gran parte, de la tercera victoria obtenida por el neoliberalismo, es decir, la elevación de la tasa de desempleo, conocida como un mecanismo natural y necesario para el funcionamiento eficaz de toda economía de mercado. La tasa media de desempleo en los países de la OCDE, que se situaba en 4% durante los años 70, por lo menos se dobló durante los 80. Tal resultado ha sido considerado como satisfactorio desde el punto de vista de los objetivos de los neoliberales.
En fin, la inequidad en los ingresos -otro objetivo muy importante para los neoliberales- se han profundizado. Puesto que el poder de compra de los salarios se ha estancado o reducido, según los países, los valores de la Bolsa vieron triplicar o cuadruplicar su cotización. Por lo que se refiere a sus objetivos -baja de la inflación, los empleos y los salarios, y aumento de la tasa de ganancia- podemos decir que el programa neoliberal ha triunfado. Pero en tanto que todas esas medidas fueron concebidas como instrumentos para alcanzar el objetivo histórico de reactivar las economías capitalistas desarrolladas a escala internacional y restaurar las tasas de crecimiento estables que existían antes de la crisis de los años 70, en estos aspectos, el fracaso es manifiesto. No cabe duda alguna al respecto. Entre los años 70 y 80, y aún más al comienzo de los años 90, no se ha producido un cambio significativo en las tasas medias de crecimiento. En el conjunto de países de la OCDE, la reactivación ha resultado débil y vacilante, muy alejada de los ritmos conocidos durante la onda expansiva de los años 50 y 60.
Crisis y tregua
¿Por qué resulta esto paradójico? A pesar de todas las nuevas condiciones institucionales puestas en vigor en favor del capital, la tasa de acumulación, es decir, la inversión efectiva neta en el dominio de los bienes y equipos de producción, ha aumentado poco durante los años 80, reduciéndose si se la compara con los niveles de los años 70; en el conjunto de los países capitalistas avanzados, las tasas de inversión productiva han evolucionado anualmente en promedio así: 5.5% durante los años 60, 3.6% en los 70 y sólo 2.9% durante los 80. La curva es claramente declinante.
De ello surge un interrogante: ¿Por qué razones la recuperación de las tasas de ganancia no ha conducido a una recuperación de la inversión? De una parte, se puede encontrar un importante elemento de respuesta en la desregulación de los mercados financieros (libertad de movimientos de capitales, de compra y venta de obligaciones, creación de nuevos productos financieros y otros). Esta desreglamentación hacía parte integrante del programa neoliberal. Pero ella ha conducido a que las inversiones financieras, llamadas especulativas, sean más rentables que las inversiones productivas. Así, durante los años 80 hemos asistido a una verdadera explosión de operaciones en los mercados de cambio internacionales; las transacciones monetarias han tomado tal vuelo que se han multiplicado frente a los intercambios comerciales basados sobre bienes reales. El aspecto rentable, parasitario del funcionamiento capitalista, se ha acentuado fuertemente en el curso de estos años.
Por lo demás, y esto constituye un fracaso para el neoliberalismo, el peso financiero del Estado de Bienestar no ha disminuido considerablemente, a pesar de todas las medidas tomadas para contener los gastos sociales. En los países de la OCDE su participación en el producto interno bruto (PIB) ha permanecido estable o incluso aumentado durante los años 80. Esta situación se explica por dos razones de fondo: el crecimiento de los gastos sociales debidos al desempleo, que aumentan en miles de millones de dólares los presupuestos sociales de los Estados, y el ascenso de los jubilados entre la población, lo que también contribuye a elevar los gastos sociales. En el curso de los años 90, los programas de seguridad social han sido el blanco de las nuevas medidas neoliberales.
En fin, cuando el capitalismo entró en una nueva y profunda recesión en 1991, se pudo constatar con cierta ironía que el endeudamiento público de casi todos los países occidentales alcanzó niveles alarmantes, inclusive en Gran Bretaña y Estados Unidos; además, el endeudamiento privado de las familias y las empresas alcanzó un nivel sin precedentes desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Con la recesión de comienzos de los años 90, todos los índices económicos en los países de la OCDE se han mostrado más negativos. Se cuentan 38 millones de personas sin empleo, lo que representa casi dos veces la población actual de toda Escandinavia.
En estas condiciones de crisis aguda, era de esperar una fuerte reacción contra el neoliberalismo desde comienzos de los años 90. Pero, al contrario, aunque pueda parecer extraño, el neoliberalismo tuvo entonces un segundo aire en su tierra natal, Europa. El ´thatcherismo‘ sobrevivió a la señora Thatcher con la victoria de John Major en las elecciones de 1992. En Suecia, la socialdemocracia, que resistió el asalto neoliberal de los años 80, fue abatida por un frente unido de la derecha en 1991. Los socialistas franceses sufrieron una derrota humillante en 1993. En Italia, Silvio Berlusconi llegó en 1994 al poder, a la cabeza de una coalición que incluye una fuerza neofascista. En Alemania, el gobierno de Kohl fue despedido y en España José María Aznar, a la cabeza del Partido Popular, derrotó al PSOE.

América Latina, un laboratorio
El impacto del triunfo neoliberal en Europa del Este se hizo sentir en otras partes del globo, particularmente en América Latina. Esta es la tercera gran región de experimentación de las políticas neoliberales. De hecho, aún cuando en ciertos países de Europa oriental se aplicaron algunas privatizaciones masivas después de las de los países de la OCDE, el continente latinoamericano ha sido el epicentro de la primera experiencia neoliberal aplicada de forma sistemática. Me refiero a Chile, bajo la dictadura del general Pinochet, tras el golpe de Estado septembrino en 1973. Ese régimen tiene el ´mérito‘ de haber anunciado el desencadenamiento del ciclo neoliberal en la presente fase histórica. El Chile de Pinochet aplicó su programa inmediatamente, bajo las formas más duras: desregulación, desempleo masivo, represión antisindical, redistribución de la riqueza en favor de los ricos, privatización del sector público... Todo lo cual comenzó justo un decenio antes del gobierno de la señora Thatcher.
En Chile, la inspiración teórica de la experiencia del general Pinochet fue más directamente norteamericana; Milton Friedman era entonces una referencia más directa que el austríaco von Hayek. Es preciso subrayar que la experiencia chilena de los años 70 interesó mucho a los consejeros ingleses de la señora Thatcher. Por lo demás, se tejieron excelentes relaciones entre los dos regímenes durante los años 80. El neoliberalismo chileno, bien entendido, presuponía la abolición de la democracia y la puesta en vigor de una de las dictaduras más sanguinarias de la postguerra.
La democracia, como tal, cual repite sin cesar von Hayek, nunca ha sido un valor central del neoliberalismo. La libertad y la democracia, según explicaba, pueden fácilmente volverse inconciliables si la mayoría democrática decide interferir los derechos incondicionales que cada agente económico tiene de disponer como quiera de su propiedad y sus ingresos. En este sentido, el señor Friedman y von Hayek pudieron admirar la experiencia chilena sin sucumbir a una incoherencia de orden teórico y sin comprometer sus principios. Ellos pudieron justificar aún más su admiración porque la economía chilena conoció un ritmo de crecimiento relativamente rápido bajo el régimen de Pinochet, a diferencia de las economías capitalistas de los países avanzados sometidos al programa neoliberal. Ese ritmo ha sido, por lo demás, perseguido por los regímenes de la era post-Pinochet, que han aplicado, en esencia, la misma orientación económica.
Si Chile representa una experiencia piloto para el neoliberalismo de los países de la OCDE, América Latina también ha servido de campo experimental de los planes que se aplicarían al Este. Aquí hago alusión a las ´reformas‘ aprobadas en Bolivia desde 1985. Jeffrey Sach, el joven gurú económico norteamericano, puso en vigor su tratamiento de choque en Bolivia antes de proponerlo en Polonia y en Rusia. En Bolivia, la imposición de un plan de ajuste estructural no necesitaba de la derrota de un movimiento obrero pujante, como sí fue el caso de Chile. Acabar la hiperinflación era el primer objetivo declarado. El régimen político que aplicaba el plan de Jeffrey Sach no tomó la forma de una dictadura; se situó dentro del marco de la herencia del partido populista que había dirigido la revolución de 1952.
Chile y Bolivia han servido, pues, de laboratorio a los experimentos neoliberales. Pero hasta el fin de los años 80 fueron excepciones en América Latina. El viraje hacia un neoliberalismo perfilado comenzó en México, en 1988, con el arribo del presidente Carlos Salinas de Gortari. Y se prolongó con la elección de Carlos Ménem en 1989 y con el comienzo, ese mismo año, de la segunda presidencia de Carlos Andrés Pérez en Venezuela; finalmente, con la elección de Alberto Fujimori a la presidencia del Perú en 1990. Ninguno de estos gobiernos hizo conocer a la población, antes de su elección, el contenido de las políticas que habrían de aplicar. Por el contrario, Ménem, Pérez y Fujimori prometieron exactamente lo opuesto a las medidas antipopulares que aplicaron en el curso de los años 90. En cuanto a Salinas, es de conocimiento público que no habría sido elegido si el Partido Revolucionario Institucional (PRI) no hubiera organizado un fraude electoral masivo.
De las cuatro experiencias, tres han conocido un éxito inmediato sobre la hiperinflación –Méjico, Argentina, Perú– y una fracasó –Venezuela. La diferencia es importante. En efecto, las condiciones políticas necesarias para una deflación -la desregulación brutal, el aumento del desempleo y las privatizaciones- se han hecho posibles gracias a la existencia de ramas ejecutivas del poder estatal que concentran un poder aplastante. Éste siempre ha sido el caso en México, gracias al sistema de partido único del PRI. Al contrario, Ménem y Fujimori debieron innovar, instaurando legislaciones de urgencia, reformas constitucionales u organizando el autogolpe de Estado. Este tipo de autoritarismo político no ha podido aplicarse en Venezuela.
Sería arriesgado concluir que en América Latina sólo los regímenes autoritarios pueden imponer políticas neoliberales. El caso de Bolivia, donde todos los gobiernos elegidos después de 1985 –el de Paz Zamora o el de Sánchez de Losada– han aplicado el mismo programa, demuestra que la dictadura, como tal, no es necesaria, aún cuando los gobiernos "democráticos" hayan tenido que tomar medidas antipopulares de represión. La experiencia boliviana suministra una enseñanza: la hiperinflación, con el efecto pauperizador que cotidianamente trae para la gran mayoría de la población, puede servir para hacer ´aceptables‘ las brutales medidas de la política neoliberal, preservando formas democráticas no dictatoriales. En 1987, un economista brasileño miembro de una institución financiera internacional y admirador de la experiencia chilena de Pinochet, confesaba que el problema crítico del Brasil, en ese momento presidido por Sarney, no residía en una tasa de inflación muy elevada, como pregonaban los funcionarios del Banco Mundial. Por el contrario, él sostenía que la tasa de inflación era muy reducida y proclamaba abiertamente: "Esperamos que los diques se rompan". ¿Por qué? Su respuesta era simple: "En Brasil necesitamos de una hiperinflación para crear las condiciones que empujen a la población a aceptar el tratamiento deflacionario drástico que necesita el país." La hiperinflación brasileña ha comenzado reuniéndose así las condiciones para iniciar un programa neoliberal sin instrumentos dictatoriales.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Lo dicho y lo reprimido por Mariana Conde


Lo dicho y lo reprimido: sujetos populares (representados)


Lic. en Ciencias de la Comunicación. Becaria CLACSO - Asdi, programa para jóvenes investigadores, bajo el que se ha realizado esta investigación. UBACyT "Fútbol y 'Aguante': imaginario masculino y cuerpo popular", Instituto de Investigaciones Gino Germani, Facultad de Ciencias Sociales, UBA. Director: Pablo Alabarces. Instituto de Investigaciones Sociales, Facultad de Humanidades, UNSAM. Director: Pablo Semán.
Mariana Conde
condem@infovia.com.ar (Argentina)

http://www.efdeportes.com/ Revista Digital - Buenos Aires - Año 8 - N° 45 - Febrero de 2002
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By these means popular ideologies could be both standardized, homogeneized
and transformed, as well as, obviously, exploited for the purposes of deliberate
propaganda by private interests and states. (...) However, deliberate propaganda
was almost certainly less significant than the ability of the mass media to make what were
in effect national symbols part of the life of every individual, and thus to break down the
divisions between the private and local spheres in which most citizens normally
lived, and the public and national one. Hobsbawm (1991:141)

Williams (1988) indica que la cultura es un terreno de lucha por la hegemonía, y que esta lucha se produce en torno al nombre de las cosas y el sentido que éstas tienen. Esta investigación hace centro en esta problemática. Con un análisis diacrónico sobre los modos de nombrar (que son también modos de pensar) a lo que habitualmente llamamos 'hinchas' de fútbol, he intentado abordar el imaginario (Baczko, 1991), creado y recreado por los medios1, que ha informado su existencia social durante sesenta años (1924-1982). Esta elección se fundamenta en una observación contemporánea: aquella que como resultado de una investigación precedente (Conde, 2000) ha dado cuenta de que, en la última década, en lo que a fútbol refiere, la posibilidad de pensar la nación de manera fuerte, se desplazó desde los jugadores hasta los 'hinchas'.2
Como demuestra Archetti (1994), el fútbol dio lugar a la construcción de una identidad popular, nacional y masculina desde los años '20, haciendo centro en los jugadores y en un estilo de juego. Y esta misma dirección ha proseguido a lo largo del siglo (Alabarces, 1999, 2001). Con mayor o menor efectividad, es cierto, con mayor o menor pregnancia según la época histórica, pero con constancia.
Los '90 constituyen, en este sentido, una ruptura. Se produce en ellos, como señala Alabarces (2001)3, la crisis de la representación futbolística, y lo que de ella sobrevive es fragmentario. Así, la representación de la nación por (medio de) los 'hinchas' revela no un sentido comunitario sino su desintegración (que evidentemente no es sólo discursiva). Como se revisará en este trabajo, esto no fue siempre así.
Corpus y objetivo Al encontrarme con el tema, que revelaba un problema sugerente, la mayor dificultad se presentó en cómo efectuar un recorte para acceder a un corpus que diera cuenta de él. Se trataba de buscar un material que permitiera el abordaje sistemático y que pusiera justamente en escena a estos 'hinchas'. Ambas peticiones parecían poder cumplirse por medio del acceso a los hechos de violencia terminados en muerte en el fútbol, ya que estos implicaban justamente a los 'hinchas'4 a la largo de casi todo el siglo.5
El objetivo era poder observar cómo el movimiento "descendente"6 de una narrativa nacional hegemónica cuyo origen fue estatal, y que luego fue capturada por los medios para convertirse en una versión "popular" de esta misma narrativa7, se daba a (y se proponía como) una narrativa que podría interpelar a todos los sujetos en "condiciones de igualdad", en tanto pasibles de un desempeño del lugar 'democrático' asignado por el relato: el de 'hinchas'.8
Los dos primeros períodos delimitados Con el trabajo de investigación y de escritura, he delimitado etapas diferentes en función de las representaciones que proporcionaron los materiales analizados. Éstas podrán ser sujetas a modificaciones, en función de que ciertos años deben ser objeto de otras investigaciones.
I. Una etapa de inestabilidades semánticas: 1924-1957 El material relevado permite dar cuenta de ciertas claves en torno a tres actores principales del drama futbolístico: los que disputan partidos, los que asisten a presenciarlos y los que se encargan de controlarlos. Lo que hoy llamamos cotidianamente: los "jugadores", los "hinchas" y la "policía". Estos "nombres", sin embargo, tienen una historia de usos, desusos y cambios, y si, tal como afirma Whorf (1956), el lenguaje modela en sentido único la aparición de un sistema conceptual mediante el que se aprehende la realidad y se ordena el comportamiento, sus mutaciones históricas tienen mucho para decirnos sobre la cultura compartida. Y sobre el estado de la disputa que la configura.
En relación a los que asisten a los estadios, en esta primera etapa las variantes son profusas. Pueden ser llamados aficionados, público, parciales, multitud, fanáticos, simpatizantes, muchedumbre, hinchada, particulares, masa del pueblo, "hinchas"9, y la inestabilidad, notoria, señala que este lugar social no constituye, todavía, un problema; o, en otros términos, que no es culturalmente relevante para producir identidades en el nivel macrosocial10. Esta ausencia es reforzada por las modalidades del decir del discurso: mientras que en esta primera etapa se explota el modo descriptivo, más adelante se utilizara un modo prescriptivo.11
En este sentido, Añón et al (2001) señalan que la constitución de un público de medios gráficos deportivos se produce recién entre principios de los '40 y fines de los '50. Y que uno de los cambios que indican esta formación es la puesta en escena en las representaciones gráficas del público espectador en las canchas. Rodríguez (2001), quien trabaja con noticieros cinematográficos de la época, señala lo mismo:
El 'crack' se convierte en 'ídolo' deportivo y el público aparece como actor co-partícipe de la conversión. Este fuera de campo finalmente capturado por la representación parece extender el concepto de 'lo deportivo' desde la práctica de un individuo talentoso hacia una concepción que abarca también las prácticas de su consumo como efectivamente constitutivas de un fenómeno de mayor envergadura que hace posible el ingreso del deporte al repertorio de bienes simbólicos compartidos por la comunidad imaginada.
Es justamente durante los gobiernos peronistas que se inicia un proceso de modificaciones que se van a hacer visibles, en este corpus, luego de 1955. Durante estos gobiernos, según Scher y Palomino (1988:49-50), se produjeron las cifras promedios más altas de asistencia de público a los estadios. Para el quinquenio 1946-1950, el promedio anual fue de 3.330.000 espectadores, con un promedio, también anual, de 266 partidos. Para el quinquenio siguiente, 1951-1955, el primero fue de 3.092.000 asistentes a las canchas, y de 245 partidos disputados al año. Es significativo que en el período con mayor asistencia de público promedio no se haya producido ninguna muerte.
Y, más aún, que en la etapa siguiente se encuentren modificadas, en los medios, las definiciones (en términos de representaciones) en relación a los sujetos implicados en la dirección que el peronismo creó, pero no hizo extensivo al fútbol: como se verá más abajo, la etapa siguiente se caracteriza por una interpelación de los 'hinchas' en tanto 'Pueblo', un fenómeno ausente en las revistas oficiales peronistas Olimpia y Mundo Deportivo.12
Hay que recordar que el fútbol se constituyó en esta época como lugar de la epicidad nacional (y popular). Un lugar imaginario, como señala Rodríguez (2000), ya que queda por afuera de las políticas intervencionistas gubernamentales en el área. En el plano imaginario, entonces, el fútbol fue "difundido eficazmente entre las clases populares desde los años '20", produjo un panteón heroico de jugadores, y llegó a convertirse en "ritual celebratorio de la patria" (Alabarces, 1999:34). Así, durante el peronismo, entonces, "el deporte no se instituye como suplencia, como vicariedad, sino como el dato que confirma, en un universo complementario, el doble juego de expansión (de la Nación) e inclusión (de los nuevos actores populares)" (op. cit., p.48).
En relación a los jugadores, en cambio, se puede señalar lo contrario que en relación al público. La constitución de éstos en tanto modelos de comportamiento está, sin duda, relacionada con su constitución imaginaria como footballer13 amateurs y luego como jugadores profesionales (a partir de 1931). Este proceso implicó, también, su puesta en escena en la superficie de los medios, así como de un conjunto de valores sociales, que fueron objeto de disputas y que los caracterizaron.14
De allí que, imaginariamente, funcionen como referentes del comportamiento del 'público'15: "Veamos el proceso del incidente, que tuvo tan fatal desenlace: las cuartas divisiones llegaban al término de una lucha que se iba haciendo enconada" (EG, 19/5/39). Entonces, dos jugadores empiezan a pelearse, pelea a la que se incorpora el resto de los dos equipos, así como los masajistas y 'particulares'. Por esto, "El público de la popular que asiste al espectáculo se enardece" (op. cit.). Los jugadores, entonces, son concebidos como "modelos", que deben dar el ejemplo. La razón por la cual estos jugadores en particular no lo hicieron es explicada un poco más delante:
Conviene que las autoridades del fútbol dediquen especial atención a los partidos preliminares de cuarta, donde jugadores noveles que debían sentirse orgullosos de que presencien su juego verdaderas multitudes se consideran actores importantes y henchidos de vanidad suelen tener alardes exagerados de amor propio e incontinencia deportiva. (op. cit.).
Son, de este modo, "compadritos que se sienten cracks prematuros" (op. cit.).16
II. De la "alegre fiesta del deporte"17 a la alegre fiesta del "Pueblo" "El fútbol es el deporte del Pueblo y, por ser del Pueblo, es maravilloso. Y es una compensación por las penurias populares, olvidadas en los estadios" (CR., 14/4/67). Un espacio social reconocido. Un acontecimiento que debía "ser un espectáculo barato" (EG. 2/7/68) porque "El fútbol es para el Pueblo y del Pueblo surgen sus protagonistas" (CR., 15/4/67)
Los muchachitos de la Ribera habían llevado su canción en los labios, como el hombre bueno del suburbio muerde el cabo del rojo clavel paseando su señorío en el barrio. (...) La multitud echaba a volar cánticos como palomas enloquecidas de alegría. (...) Papel picado, bombos, clarines, rubricaban la emoción del estadio. (...) Tarde feliz del Pueblo. Tarde del suburbio y del centro de la ciudad. Tarde del país, concentrado allí, como un cascabel frenético. (...) Para que se viera, una vez más, cómo el Pueblo sabe ser el protagonista magnífico del mejor día del año. (CR., 24/6/68).
Esta recolocación del acontecimiento deportivo viene acompañada de un proceso de distinción en relación a los 'espectadores'. Antes de abordar el discurso que lo configura, es necesario señalar que la diferenciación estuvo, de algún modo, empujada por el acontecer histórico: un polo de ese binomio está relacionado con aquellos sujetos que realizaron acciones violentas en los estadios de juego. Y estas acciones se multiplicaron exponencialmente en relación a la etapa anterior.18
Binomio: esquemáticamente, resultaba de definir quién era un 'hincha' y quién no lo era. En el polo positivo, se trataba de un "ingenuo espectador que va con el propósito simple y puro de pasar una tarde de sana emoción, realizando para ello mil sacrificios" (C., 30/5/59). El "hincha que lleva a su amor al fútbol y a su divisa en la sangre" (C., 4/6/59). El mismo que se convierte en "hincha-mártir" (EG., 30/10/58), y que, casi diez años después va a merecer su propio día, el "Día del Espectador" (CR., 25/6/68).19
En el negativo, en cambio, eran "otros que se dicen hinchas, pero en realidad son peligrosos fanáticos que amalgaman esa condición con la de delincuentes y que se muestran despiadados cuando van al fútbol" (C., 10/4/67). Este 'hincha falso', que es un tópico que se repite una y otra vez hasta la actualidad, lo es justamente a partir de la puesta en relación de 'fútbol', 'hincha' (o 'pueblo') y 'nación'. Si se entiende que el fútbol es una fiesta de la 'nación' toda20 , quienes atenten contra el "pueblo" (sinecdóticamente representado por los asistentes a las canchas) no pueden, si no, ser definidos en una relación de exterioridad. Son "inadaptados sociales" (CR., 13/4/67) a los que hay que "extirpar como un tumor que nos debilita y enferma" (EG., 11/4/67).21
El Pueblo, dueño del fútbol, debe tomar cartas en el asunto y convertirse en policía, en maestro, en censor, para salvar a su deporte favorito. Que su acendrado amor a la dignidad se convierta en la conciencia nacional que purifique con un correcto comportamiento en las tribunas, los estados manchados con el deshonor de la barbarie (CR., 15/4/67).
El proceso de distinción, sin embargo, resulta muchas veces ambiguo22, debido especialmente a ciertas asociaciones, aunque inestables, entre delincuencia y juventud y delincuencia y masividad. Así, "las hinchadas de fútbol argentino" son "(núcleos humanos con mayoría de jovencitos y chiquilines, amparados en su irresponsabilidad unas veces y en el anonimato otras)" (EG., 24/10/58)23 . "De esa impunidad de barra partió de pronto una piedra (...), y algunos otros inconscientes, no menos criminales por ser inconscientes, lo imitaron como parece inevitable en todo rebaño" (EG., 14/10/58). Un "periódico aglutinamiento mayoritario, que las más de las veces es causal de barbaries en las canchas" (EG., 10/6/59).24
Notablemente, el discurso que se desarrolla en torno a los jugadores está cargado de referencias hacia la violencia. Pero ésta es de otra clase. Si se piensa, con Elías (1978), que los deportes jugaron un papel central en el proceso de civilización, al aportar espacios y prácticas para el desarrollo de una violencia regulada25, estas referencias, encontrables también el período anterior, suponen la puesta en escena del imaginario que sustenta el proceso. En el mismo sentido, Bromberger (2000) señala que el fútbol es un terreno propicio para la construcción de identidades colectivas, sean estas nacionales, regionales o locales. En relación a las identidades nacionales afirma que, debido a esta posibilidad, el fútbol suscita una retórica militar26 de donde toma su raíz el vocabulario técnico.
Los deportistas pueden, así, matar (EG., 18/8/79) o "morir" (EG., 19/5/76), ser "artilleros" o "batallistas" en una "lucha", "batalla" o "refriega", con "tiros", "táctica", "defensa", "ofensiva" o "vanguardia".27 En torno a ellos, la nación se ha desarrollado tempranamente como narrativa (Archetti, 1995). Pero esta idea se sustenta en un estilo de juego, el "estilo argentino", que se ve amenazado por "una descomposición general de la educación deportiva dentro del fútbol profesional" (EG., 30/10/58). Los jugadores aparecen, así, "carentes del sentido ético de la profesión" (C., 21/10/58). En esta dirección, señala Alabarces (2001:130) que a partir del mundial de Suecia de '58, aparece en la Argentina el fútbol espectáculo, cuya característica central radica en ser "un gesto puramente económico", y en donde la finalidad del juego pasa a ser, desde el punto de vista imaginario, el mero triunfo deportivo. Si el fútbol pierde su "esencia"28 nacional, cuya centralidad está dada por el estilo de juego, y a la vez su capacidad interpeladora de lo nacional ha sido puesta en marcha por el peronismo, ¿esto no posibilita la eficacia (y justifica su existencia) de un imaginario 'ampliado' de la comunidad nacional?29
Notas finales Es evidente que se produjo un cambio significativo entre el primero y el segundo de los períodos delimitados y que este cambio se constituye por medio de una gradual definición del término (y del sentido del término) en relación a los que asisten a los estadios, pero también, y fundamentalmente, por medio de su vinculación a un colectivo mayor, que además es un colectivo integrador. Y que es el concepto de Pueblo. La línea de demarcación pasa aquí por ser o no ser del 'Pueblo', lo que se manifiesta en el par oposicional 'hincha'/'hincha falso'.
Entiendo que este imaginario que supone al 'hincha' igual al 'pueblo' y a ambos relacionados con la nación es un imaginario de inclusión social, en tanto crea un sentido de comunidad que se complementa con otros sentidos ya construidos previamente (deportivos, políticos, materiales y simbólicos).
Y lo más interesante: muestra las modalidades para hacer que estos sentidos, como dice Hobsbawm, formen parte de nuestras vidas.
Notas
1. Se trata de los diarios Crítica y Crónica y la revista El Gráfico. En el texto abreviados: C., CR. Y EG.
2. Lo que no implicó, de todos modos, su relevo.
3. Cfr. también Alabarces, 1999 y Alabarces et al, 2000.
4. Lo que no quiere decir que en las noticias de otros acontecimientos no se diera cuenta de ellos. Sin embargo, también es cierto que la sobrerrepresentación del 'hincha' en las canchas es patrimonio de la última década. De todos modos, considero que hay otras zonas de interés a indagar: los mundiales, los campeonatos locales y las notas de color parecen ser especialmente aptas.
5. Los hechos de violencia terminados en muerte se han extendido desde 1924 hasta la actualidad. Mi recorte original abarca desde 1924 hasta el 2000, aunque esta ponencia sólo recupera los dos períodos iniciales: 1924-1957 y 1958-1982. La elección de los hechos de violencia terminados en muerte se debe a que son un número acotado, se trata de un total de 202 casos, que han sido objeto de una cronología sistemática realizada por Romero (2001), lo que facilita su ubicación y abordaje.
6. Según Gellner (1983), las narrativas nacionales se fundan en las acciones de las burocracias de estado, la educación y los medios masivos. Lo que supone la construcción de un nacionalismo desde "arriba". Cfr. Alabarces, 2001.
7. Me refiero al hecho de que la narrativa nacionalista futbolítica retoma los temas y los protagonistas del relato del nacionalismo oficial de los Lugones y los Gálvez de los años '20, y construye, a la vez, la imagen del jugador tipo y del estilo de juego argentino (Archetti, 1995 y 1999). Esta narrativa, entonces, si está regida por un ideal democrático-meritocrático, en tanto el acceso al lugar de jugador es el de los más habilidosos, no interpela directamente al conjunto de la población, que sin embargo es (y se siente) muchas veces representada por medio de este deporte. Una vía de comunicación la constituye, sin embargo, este ideal meritocrático de acceso al juego, en tanto cualquiera, sin importar su origen social, puede desempeñarse en él, tan sólo por obra de su performance. Otra vía, y esta es en parte la propuesta del trabajo, está dada, en cambio, por la construcción de un imaginario que da cuenta de una relación simbiótica entre fútbol e 'hinchas' como protagonistas, y ambos representando a la nación.
8. De hecho, el protagonismo de los hinchas es tradicional en las canchas. Como indica Archetti (1985:9), "En la Argentina no sólo los jugadores son los que están en actividad tratando de probar quiénes son los mejores, los más inteligentes, los más hábiles y los más oportunistas. Esto se reproduce a nivel de las hinchadas: los hinchas ponen en juego no sólo el prestigio del club sino partes de su identidad posicional".
9. En el relevamiento este apelativo de 'hincha' fue encontrado una vez entrecomillado (lo que marca la distancia del uso habitual) y otra en una transcripción de los dichos de un policía (es decir, implementado por el uso oral), ambas en el diario Crítica (3/7/44).
10. Es decir, a nivel de toda la sociedad, en el que funciona la idea de nación. En el nivel local el proceso data de principios de siglo, y en él intervienen diarios como La Argentina (Frydenberg, 1997) para las ligas independientes y los grandes diarios de circulación nacional para la liga oficial.
11. Si bien aparece el género opinión, no se enuncia lo que 'debería ser', lo que sí se encuentra en los períodos subsiguientes junto con una enunciación del lugar social del propio periodismo (período II), y una "criminalización" y "barbarización" de los protagonistas (período III, que no será repuesto en esta ponencia), que aquí sólo son "una nota de apasionamiento, incultura y excitación" (EG, .19/5/39). Para El Gráfico hay que modelizar esta afirmación, ya que algunos tramos de las notas de opinión resultan prescriptivas. Sin embargo, ni el peso específico de esta información en la superficie discursiva de la revista (de las tres muertes, sólo dos acreditan notas, una cada una), ni el peso de la prescripción en el conjunto de la nota, suponen una impugnación a esta afirmación general.
12. Un fenómeno ausente en relación al fútbol. Cuando se trata de reponer acciones de Estado, esto es profuso. Insisto nuevamente en continuar las investigaciones en este sentido en medios de circulación masiva, ya que por la característica del recorte temporal que seleccioné para esta primera indagación, esto no formó parte de mi propio corpus.
13. Es decir, como miembros de equipos, que eran también clubes, que pertenecían a ligas independientes y paralelas a la nacional, de origen y acento británico (Frydenberg, 1997).
14. Cfr. Frydenberg (1997), especialmente sus apuntes en relación al diario La Argentina.
15. Fenómeno que va a continuar a lo largo de toda la historia del fútbol.
16. Archetti (1995:421) señala que en la cultura argentina los gauchos y compadritos permitieron "la construcción literaria de mundos masculinos".
17. C., 16/5/39.
18. Mientras que en la primera etapa se registran un total de 12 muertes, en tres acontecimientos, en esta se encuentran un total de 87, de las cuales 71 se produjeron en el suceso denominado "Puerta 12", en el club River Plate. Las 16 restante sucedieron en 14 hechos distintos.
19. El entonces Presidente del Club Atlético Independiente propone su creación en ocasión del acontecimiento de Puerta 12.
20. Relación establecida también discursivamente: "el deporte es una escuela de integración colectivista en la ciudadanía que lo practica" (EG., 30/10/58); y por eso, los hechos violentos resultan ser un "bochorno nacional" (C., 29/5/59). El "Pueblo" (-'hincha') por su "acendrado amor a la dignidad" debe convertirse en "la conciencia nacional" (CR., 15/4/67). "Los que crean que sólo se sirve al país en un campo de batalla (...) desde la alta función del gobierno, o manejando el poder, la fuerza y la riqueza. (...) Se lo sirve desde cualquier lugar, por modesto que sea el quehacer, por anónimos que sean el hombre y la mujer empeñados. (...) Y también se lo sirve en el deporte" (CR., 25/6/68). El caso de Crítica es sintomático, ya que en 1924 afirmaba lo contrario: "Simbolizar a la patria en un puntapié bien dado, creer que si se pierde un match, sufre el honor nacional, puede ocurrírseles a mentes muy rudimentarias. Y sólo se explican los excesos cuando la masa del pueblo ha sido impresionada" (C., 5/11/24).
21. Exterioridad que parece ser irrepresentable durante el período 1976-1983, en el que la dictadura militar argentina intenta capturar esta línea significante fútbol, nación y pueblo (que parece igualarse a Estado a la vista del Mundial '78, y Estado se legitima en la idea de orden en contraposición al caos del '73 y '74). Así, si fútbol remite a nación y ésta a Estado, se explicaría el silencio informativo de la revista El Gráfico acerca de todas las muertes sucedidas en el período, lo que desmentirían esa igualación o demostrarían su imposibilidad. Esto contrasta notablemente además con las extensas coberturas de la misma revista en los períodos precedente y siguiente. Considero que esta aserción debe ser objeto de investigación, pero varios autores han demostrado que la prensa argentina en general, con contadas excepciones, se vio sometida a un proceso de censura-autocensura en ese período, lo que autoriza a su lectura en términos políticos.
22. Y esta ambigüedad está señalada también por un tópico como el de la pasión, que es tratado aquí en su acepción negativa: "El fútbol apasiona y ello trae como consecuencia algunas reacciones fuera de lugar, pero explicables cuando son producto del momento" (EG., 17/6/59). Así, los sujetos guiados por la pasión serían peligrosos, por sus acciones, pero 'verdaderos' hinchas. En el mismo sentido se encuentra una referencia mucho más temprana: "reacción contra las pasiones y los excesos capaces de conducir a tan tristes resultados" (C., 4/11/24). En contraste, en la década de los '90 el tópico de la pasión se va a constituir en el fundamento de la auteticidad del 'hincha', como bastión del 'verdadero fútbol', y en contraposición a los jugadores y los clubes, guiados por el éxito y el dinero.
23. Otro ejemplo, pero de 1985, da cuenta de la continuidad de esta relación: "Cancha de Huracán. Vélez y River no juegan porque lo impiden quince mocosos atorrantes y veinte energúmenos que no son debidamente controlados por la policía" (EG., 9/4/85).
24. El tópico de la barbarie, en relación al polo negativo, se repite frecuentemente en esta época. Junto a él, 'vándalos', 'criminales', 'patotas' son adjetivos que acompañan su puesta en escena. Sin embargo, lo que se podría llamar 'barbarización' se produce, por su peso específico en la narración, en el período siguiente, junto con la aparición del 'concepto' de "barra brava".
25. Paralela y complementaria, además, a la conformación de los Estado Modernos y a su monopolio de la fuerza pública.
26. Metáforas guerreras que no hacen más que recordar el carácter de "guerra ritualizada" que tiene el fútbol.
27. E incluso, los 'espectadores', "soldados" (C. 3/7/44), según una escala de importancia.
28. Corresponde aquí este término, ya que efectivamente la definición es esencialista, y se configura en torno a 'lo criollo'. Tal es así, que este 'estilo criollo' es jugado por deportistas que tienen apellidos italianos o españoles; es decir, inmigrantes e hijos de inmigrantes del principio del siglo.
29. Una pregunta que es imposible de responder en el marco de esta investigación, cuya finalidad fundamental es establecer los hitos generales del imaginario sobre el 'hincha'. Ampliado: de todos modos, esta ampliación no implicaría su relevo. La narrativa nacionalista sobre el fútbol continúo, y exitosamente, centrándose en el juego y los jugadores, hasta llegar al paroxismo con la figura de Maradona (Alabarces, 2001; Alabarces y Rodríguez, 1996), que es además su cierre. Los '90, por eso mismo, abren la pregunta por su relevo.
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